Hay gente que tiene recuerdos gloriosos de su primera juventud. Yo tengo una galería de desastres, que todavía me hacen reír, por ejemplo, cuando me llegó el turno de emprender mi primer tímido viaje de vacaciones, sin la familia y por mi cuenta. Qué emoción!!
Llena de recomendaciones, subí al ómnibus superbásico, con destino a las playas brasileras. Llevaba una mochila con lo fundamental y mi mejor onda de hippie. Todos los asientos iban ocupados, no quedaba lugar para un alfiler. Al fondo divisé un grupo de chicos jóvenes, justo frente al baño, algunos se codearon cuando me vieron. Primer sonrojo del paseo. Más adelante también había familias enteras, pequeños grupos, gente sola, pero todas las caras mostraban la misma sonrisa relajada.
Me acomodé en mi asiento, feliz de poder ser una más en esa multitud alegre y descontracturada. El bullicio del viaje se fue aquietando a medida que caía la tarde. Ya solo podía oír alguna conversación lejana, o se sentir el olor de algún sándwich de mortadela. No era época de celulares ni existía la posibilidad de ver películas, solo cabía imaginar la arena soleada y el mar. Nos fuimos durmiendo poco a poco.
Me desperté abruptamente. El colectivo se sacudía de un lado a otro, me dio la impresión de que el camino estaba lleno de pozos o roturas, aunque solo podía adivinar, la noche era muy oscura y no lograba ver nada más allá de la ventanilla. Tuve un escalofrío, íbamos muy rápido.
Sentí ganas de orinar, ufaaa! Mi plan de no tomar nada durante el viaje, no fue suficiente para evitar la ida al baño. Sin más remedio, estiré todo el largo de mis piernas sobre el asiento de al lado, y logré pasar casi sin molestar a su ocupante. Fui por el pasillo esquivando las piernas que se extendían por donde podían, brazos colgando, alguna cabeza que se bamboleaba con el movimiento general.
Llegué al baño y traté de abrir la puerta sin despertar a nadie… Apenas lo hice, se encendió la luz que encandiló a todos en el fondo! Entré rápido y cerré, ¡qué vergüenza, los desperté! Ahora los chicos me vana escuchar haciendo pis, pensé apenada.
No era fácil la tarea. El piso estaba mojado de «nosesabiaqué», se veía todo muy sucio, el olor era espantoso y decidí no tocar nada ahí dentro, si podía evitarlo. Para colmo, el movimiento del colectivo empeoró. Me bajé los lienzos, y en la postura en vilo que me enseñó mi madre, intenté hacer lo mío. Era imposible, el bamboleo aumentó y el colectivo fue hacia un lado, y hacia el otro lado… y yo con las piernas abiertas, el pantalón en las rodillas y tratando de no tocar nada ni caer sentada.
De repente, bum y bum! Dos fuertes empujones hacia el mismo lado. El primer envión, me empujó hacia el lado de la puerta, y sin querer, me apoyé en el picaporte. El segundo envión, como era de esperar, me expulsó al pasillo del ómnibus! De repente, me encontré con una pierna en el pasillo y la otra dentro del baño, la luz nuevamente encandiló al grupo de jóvenes sentados en el área y mi grito de sorpresa, al verme en esa situación, despertó a las demás personas que aún dormían.

Como todo tiene su equilibrio en esta vida, un nuevo envión del colectivo me empujó hacia adentro del baño cerrándose la puerta junto conmigo. Menos mal! No lo habría podido hacer sola. Roja como un tomate y doblada en dos del ataque de risa, me mantuve allí una eternidad. Finalmente, cuando creí que ya algunos se habrían dormido, salí con la cabeza gacha y ví de reojo que todos seguían despiertos. Me juré no volver al baño durante el resto del viaje!
Pasaron más de 30 años, y todavía en los viajes, chequeo con una sonrisa que la puerta del baño esté bien trabada. Mi recomendación? Háganlo siempre, después no digan que no les avisé!
