Diciembre en Misiones. Cuarenta grados a la sombra. Olor a pasto recién cortado y sonido de chicharras. Estábamos terminando las últimas duendecitas que adornarían el árbol. El contagioso entusiasmo por la reunión familiar, hizo que la noche llegara casi sin darnos cuenta.
Viene Papá Noel! gritó la gurisada, señalando hacia la calle de tierra. Sonreí recordando las navidades de mi infancia. Esta vez le tocaba a la próxima camada. Me asomé y vi al mismísimo San Nicolás, que llegaba en un destartalado carro de madera tirado por caballos!
Como habíamos acordado, se detuvo en el campestre portón de entrada, anunciándose con sonoros ¡Ho Ho Ho! Al instante, un joven y delgado Papá Noel, saltó en ojotas del improvisado trineo tropical. Llevaba una bolsa roja al hombro, cargada con los regalos que durante el día le hicimos llegar. Su atuendo era una sabia adaptación al clima local, pantalón hasta las rodillas y mangas cortas. Solo la barba de cotillón fue imposible de adecuar. Daba calor de solo verla.
Rodeamos al recién llegado mientras sacaba los paquetes, para disfrutar de las expresiones de sorpresa cada vez que alguien escuchaba su nombre. Noté que nuestro Papá Noel levantaba y bajaba las piernas de forma extraña. ¿Estará bailando? me pregunté. Entonces, soltó la bolsa y exclamó: ¿Qué pasa!!!?? El murmullo del grupo preguntó lo mismo. Miré a mi alrededor ¡y solo había gente zapateando! Como un rayo llegó a mi mente la claridad de lo que ocurría, y grité: ¡ES LA CORRECCION!
El manto de hormigas carnívoras hacía su trabajo justo donde estábamos. Como era de noche y nos encontrábamos en el pasto, no nos dimos cuenta que ya habían cubierto el lugar. Quienes vivíamos allí, ya las conocíamos. Cada tanto, pasaban devorando todo lo que no lograba a huir del hambriento ejército, dando lugar a una escena espeluznante. Arañas del tamaño de un plato, corriendo a la par de grillos y ranas, y detrás de esta loca maratón animal, una negra alfombra viviente de hormigas. Era la corrección, también conocida como marabunta.
¡Justo esa noche estábamos en su camino! salimos de la zona a la velocidad que pudimos. Quienes tuvimos reacción rápida, levantamos en brazos a la gurisada y empujamos a quienes no llegaron a comprender la urgente situación. Solo veía a parientes rascándose y saltando, sin lograr que los eficientes insectos suelten lo que consideraban unas jugosas presas.
Esa noche no hubo mayores daños, más que algunos tobillos salvados a fuerza de manguera y agua. Fue una navidad inolvidable, y estoy segura que, desde ese entonces, Papá Noel siempre usa botas!