Hay momentos en los que le doy crédito a mi alma cuando me dice que todo es posible. Y entonces, no pasa mucho tiempo hasta que comienzan a ocurrir cosas que jamás había imaginado, o que aún no me lo había permitido.
En ese contexto un día fui a Egipto. El desierto me causó una profunda impresión, su inmensidad me conmovió hasta las lágrimas. Inhalé el aire seco y frío, mientras el viento me empujaba con la fuerza de quien no acepta obstáculos. Y solo cuando encontré refugio, pude sentir el sol posándose sobre mi piel, como una lámina.
Estaba en el lugar donde habían nacido los cuentos que llenaron mi infancia de imaginación y color. Recién ahora pude comprender la intensidad de esas narraciones. Pero nada de lo que había visto o leído me preparó para lo que vendría.
Durante el día conocía lugares increíbles e historias asombrosas. Por la noche, mi alma continuaba contándome leyendas de otros tiempos y otros mundos. Específicamente, había un sueño que se repetía desde mi llegada a Egipto. Involucraba jeroglíficos con vida propia, que danzaban en una especie de cueva. Algo confuso de explicar con palabras, que volvía a experimentar una y otra vez.
Una mañana, viajamos a través del desierto por casi 300 km, hasta llegar al majestuoso Templo de Abu Simbel, en la ribera del lago Nasser. Mientras lo recorría, sentí el impulso de separarme del movimiento en masa de quienes visitábamos el lugar, para ir hacia una entrada estrecha a mi izquierda. Algo me llamaba, era como un imán. Y solo me dejé llevar.
Me asomé… y con estupor reconocí el lugar del sueño reiterado! Una luz tenue bañaba los amarillentos muros cubiertos de jeroglíficos, que parecían llevar siglos esperándome. La escena me dejó sin aliento. Sentí que se desdibujaban los límites de lo evidente, dando lugar a nuevas fronteras.
Pasó algún tiempo de esa vivencia, y aún sigo maravillada. No puedo evitar preguntarme qué misterios se estaban develando, y de tal importancia, como para crear ese puente entre el otro mundo y mis pasos por la mágica arena del desierto.
