Por Ángela Ferreira
Defender la despenalización del aborto, no significa abortar. Significa comprender la necesidad de tener postestad sobre nuestros propios cuerpos. Soy madre, elegí serlo y por eso conozco la enorme responsabilidad que implica maternar, traer alguien a éste mundo caótico y al borde del colapso ambiental.
Entiendo a amigas y familiares que dicen defender la vida, juro que puedo entenderlas, estuve en ese lugar pero gracias al feminismo pude revisarme, de-construirme, repensarme en varios aspectos (en tantos otros sigo en proceso), evolucionar desde la empatía de comprender que mi realidad, mis posibilidades no son las mismas que para otras.
Si se trata de salvar vidas, pensamos en los que ya nacieron, porque todas las vidas tienen que ser dignas de ser vividas. Nuestra sociedad posee enormes niveles de abandono de las infancias y esa es la muestra de hacia dónde nos empuja el sistema a las mujeres. Las instituciones y calles están llenas de chicos que nadie ayuda a cuidar, amar, criar, que no son adoptados, que son simplemente ignorados. La ausencia de políticas de cuidado, otro capítulo aparte. Esa agenda amigues no es solo política, es un derecho humano, es obligación del Estado.
Por todo eso, me siento orgullosa de ser parte de una generación de lucha, que sin dudas dejará el legado del derecho a decidir y al reflexionar sobre la problemática de los abortos clandestinos (que son una realidad y un problema de salud pública) se hace fundamental hacerlo en clave de interseccionalidad. (Concepto acuñado por la jurista afroamericana Kimberlé Crenshaw, en EEUU allá por 1989).
La prohibición del aborto se aplica sobre las “mujeres” penalizando nuestros cuerpos y los efectos que genera sobre unas y otras no es el mismo, entran en juego un conjunto de factores que condicionan la posibilidad de solventar esa prohibición, en mejores o peores condiciones. Según la realidad de cada una.
Refiero a que las mujeres con recursos recurren a clínicas privadas que realizan abortos clandestinos pero garantizando algunas condiciones y con acompañamiento profesional. Estos espacios, claramente transforman esas intervenciones en un negocio muy rentable. En tanto que las mujeres de bajos recursos económicos hacen abortos en la clandestinidad pero en peores condiciones con efectos en la salud y sin acompañamiento.
Por ello, recoger las nociones de interseccionalidad, intencionalidad (sobre las mujeres) y condición de clase de ésta desigualdad, es fundamental para comprender la problemática. Se trata de una cuestión de Justicia Social.
Siguiendo a Kimberlé Crenshaw, las mujeres somos diversas y la experiencia de la desigualdad de las mujeres no solo está marcada por el género pero también por la condición económica social, la etnicidad, por la identidad, por la orientación sexual, el color de la piel, etc. Según el lugar que ocupemos en la estructura social vamos a experimentar niveles de desigualdad y exclusión disímiles. Porque sí, vivimos en una sociedad que es patriarcal pero también; capitalista, racista y adultocentrica. Pareciera que a veces lo perdemos de vista y se naturalizan los “empodérate” “la que quiere puede” “depende sólo de vos” y el famoso “hacete cargo si abriste las piernas” siempre claro, sobre las mujeres, porque nos auto-fecundamos con la aparición de un ser mágico que luego desaparece de la escena de discusión al poner las responsabilidades sobre la mesa.
Así, el machismo, sumado al pensamiento mágico y las nociones de meritocracia hacen su fiesta en la colonización de los sentidos comunes, apareciendo el fácil juzgar. Es hora de reflexionar sobre los privilegios ¿a qué intereses específicos responde cada posicionamiento?
En fin, cuando la sociedad no tiene la maduración necesaria sobre la progresividad de un derecho, el Estado laico lo tiene que garantizar. Fue así con el voto femenino, la paridad y el matrimonio igualitario (ahora el Papa dice que está de acuerdo con las uniones civiles de personas del mismo sexo). Hay que allanar camino, después las trasformaciones culturales se irán sucediendo paulatinamente.
Confío en la marea verde, en la tensión puesta en la agenda pública que fue forjada por el movimiento nacional de mujeres NI UNA MENOS desde las calles y reivindico; educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir. Es deuda porque si bien lo recuerdo, volvimos mujeres.